Dócil

Nací en una camada de seis; lo recuerdo bien, aunque a los pocos días de nacer me separaron de mis hermanos y hermanas. Mis dueños me eligieron porque parecía ser la más dócil de los seis. Eso lo decidieron tras realizar varias pruebas para comprobar mi agresividad o estado de alteración, y asumieron que mi falta de ganas para responder a sus juegos y travesuras era docilidad. Así que me llamaron Dócil desde el inicio, y yo seguí actuando de la misma forma, a mi manera.

Durante los siguientes cuatro ciclos me trataron como a una reina, aunque al final de ese período las cosas comenzaron a cambiar. Noté cómo la barriga de mi dueña crecía poco a poco y asumí que ella tendría una camada propia. No sabía cómo afectaría aquella situación a mi estatus dentro de la familia, de la que me había apoderado con docilidad y buenas maneras, pero continué actuando de la misma forma, intentando evitar excesos y agravios.

Cuando llegó el bebé, las cosas cambiaron, como era evidente, pero no tanto como podría haber sucedido. Intenté ser cariñosa con el nuevo miembro de la familia; lo protegía de las amenazas que veía, aunque no fueran advertidas por sus padres, y me propuse, de manera descuidada, velar por él.

El bebé creció y se hizo niño. Cuando comenzó a moverse y a andar, jugábamos por toda la casa: saltábamos, nos arrastrábamos y correteábamos, causando los mínimos destrozos posibles.

Cuando el niño tenía cuatro ciclos, yo ya tenía ocho, comenzó a hacerme travesuras, cada vez de manera más frecuente. Al principio no me defendía, pensando que solo eran chiquilladas y que tarde o temprano aprendería que aquello estaba mal, pero no fue así. Se ve que los niños humanos, los humanos en general, no aprenden a comportarse a la misma velocidad que el resto de los animales.

La última vez que me hizo daño, el niño había aprendido a utilizar un mechero de cocina que su madre usaba para encender el hornillo y cocinar; el niño lo utilizó para prenderme la cola. Rápidamente me acerqué a su madre, maullando, y con presteza ella apagó el fuego, cogiéndome en brazos y duchándome en el lavabo. No sé cuál de las dos cosas me disgustó más: si el pequeño incendio o el remojón, que bien pudo evitarse.

El niño recibió la debida reprimenda y no volvió a hacerme ninguna jugarreta, pero los gatos no olvidan, y las gatas mucho menos.

Como podrán comprender, no podía dejar que aquello pasara como agua bajo el puente. Así que mi venganza consistió, en primer lugar, en dejar de protegerlo.

De esta forma, las amenazas que hasta el momento no habían sido atendidas por los padres, o por el propio niño, comenzaron a afectar a la familia.

Al principio, al dejar de protegerlo, no ocurrió nada; hay seres, fuera del reino animal, que también aprenden rápidamente cómo deben comportarse. Sin embargo, la ausencia de refuerzo por mi parte a esos comportamientos plácidos y no agresivos hizo que, una noche, una luna después de que el niño me quemara, uno de estos seres le hiciera una breve visita nocturna.

Ello en las llamas con el niño y el gato

Yo observé todo con tranquilidad desde el quicio de la puerta.

Este ser, al que yo veía translúcido y con forma antropomorfa, aunque con miembros de más —cuatro piernas, dos mirando hacia adelante y otras dos hacia atrás, al igual que los cuatro brazos—, contaba además con una espalda jorobada de la que colgaban tres pares de ojos y una barba tan larga que le daba la vuelta al torso, dejando hueco sólo para que los ojos extra pudieran mantenerse estáticos y no fueran saltando con cada movimiento.

Ello —pues no se podría definir como él o ella— se acercó al niño en silencio pasadas las tres de la madrugada. Las cortinas de la ventana se contonearon, la temperatura de la sala descendió un par de grados y la oscuridad se volvió más densa, casi pegajosa.

El niño comenzó a tener dificultades para respirar, y cada intento de introducir aire en sus pulmones se acompañaba de un ligero bufido.

Entonces Ello, que así llamaremos al ser cuyo nombre es impronunciable por los humanos, se acuclilló frente al niño, manteniendo su extraña forma de banqueta rococó de cuatro patas. En ese instante, sopló y aspiró el aire de la habitación, cambiando su sustancia, volviéndolo frondoso, como si aquel cuarto estuviera bajo el agua. Al niño le costaba mucho más respirar, y pronto sintió el reflejo de forzar tanto la respiración que se despertó con síntomas de ahogo.

Por un instante, el niño vio a Ello, antes de que este se desvaneciera. Entonces comenzaron los gritos y los llantos.

Al instante aparecieron los padres, mientras yo desaparecía sin hacer ruido hacia mi mullida cama de gato, en la otra punta de la casa. Podría decir que aquella noche dormí mal, sintiendo culpa por haber dejado que aquello ocurriera, pero sería falso, y no está en mi naturaleza mentir.

Durante las siguientes semanas, y sin ninguna aparición más, el niño no durmió más de dos horas seguidas. Protestaba a la hora de irse a la cama y revisaba toda la habitación; obligaba a sus padres a dejar luces encendidas bajo la amenaza de gritos, gruñidos y lloros, e incluso se metía bajo las sábanas como si de una tienda de campaña se tratara.

Evidentemente, los seres del otro lado no iban a hacer solo una incursión de prospección, y semanas después volvieron para recoger un poco más de aquel miedo cerval que estaba consumiendo al niño.

Ello volvió, pero esta vez fue menos sutil, pues las luces encendidas le hacían perder la compostura. Así que lo primero que hizo fue apagarlas. Luego cogió una pelota de plástico barata que estaba tirada en el suelo —del tamaño de un balón de fútbol sala— y comenzó a pasársela por sus cuatro manos, hasta que tomó el ritmo necesario para empezar a botarla uno de cada cuatro pases. Al tercer bote, el niño ya tenía los ojos abiertos como platos bajo sus sábanas, paralizado y sin poder siquiera gritar del terror que lo inmovilizaba. Al cuarto bote, Ello paró; estaba haciendo las precisas comprobaciones de que los padres no aparecieran con el ruido. No lo hicieron.

Entonces comenzó a extender sus miembros y se desplegó sobre las sábanas, cubriéndolo como si la cama estuviera bajo las ramas de un manglar. El niño seguía sin poder gritar ni moverse, pero una lágrima comenzó su lento descenso por su mejilla. Las piernas le empezaron a temblar y, al igual que en los manglares, la cama comenzó a humedecerse debajo de él.

Aquello no me gustó del todo; Ello se estaba excediendo un poco para mi gusto, así que maullé con desánimo y Ello desapareció. Volví a mi cama paseando con garbo por la casa, en silencio y, cuando me acurruqué, comenzó el llanto del niño. Pude dormir haciendo oídos sordos al ajetreo de la casa, con el cambio de sábanas incluido.

Dos terceras partes de mi pequeña venganza se habían cumplido: el niño había pasado semanas de perrerías, aunque mayormente fuera su imaginación la que lo había hecho sufrir, y ahora se había remojado sin querer. Solo quedaba un elemento para culminar la lección, uno que podía hacer chispas o dar calor, uno que dejaba secuelas a medio y largo plazo, pero que no quería que se descontrolara, pues podríamos sufrir todos en la casa. Yo no era una salvaje, así que tendría que extremar la precaución.

Las siguientes semanas fueron horribles para la familia. El niño comenzó la mala costumbre de evacuar cuando no debía y donde no era el lugar, ante la mínima sensación de temor. El más ligero susurro o roce podía hacer que el terror bloqueara su cuerpo y soltara sus esfínteres. No puedo confirmar ni desmentir que, de vez en cuando, me acercara tras él con el sigilo de mi especie para ver cómo reaccionaba. Pero aquello no era el fin de mi venganza, ya lo saben, así que comencé a planificar.

Tenía que convencer a los seres del otro lado de que me hicieran un pequeño favor; esa parte iba a ser complicada. Y la complejidad inicial, o más bien la molestia, era que debía mantenerme mojada para hacer el tránsito y encontrar a Ello. Así que una noche, cuando toda la familia estaba dormida y agotada por un día ajetreado, decidí cruzar el velo. Vertí el agua que me dejaban en un plato hondo de plástico sobre el suelo de madera y me posé sobre ella. Mojé mis cuatro patas y mi barriga, sintiendo una repulsión inmediata, pero debía continuar.

Me concentré profundamente en lo que quería conseguir y comencé a ver más allá. La realidad se rompió lo justo para poder pasar, y aunque esperaba que nada cruzara desde el otro lado, no las tenía todas conmigo. Cuando comencé a oír con nitidez el siseo y los chisporrotéos del otro lado, supe que era el momento de cruzar. Encontrar a Ello fue fácil; me estaba esperando. Se olía algo, pues durante años yo había protegido al niño y en las últimas visitas sólo observaba mientras actuaban sobre él, para sentir su vívido temor.

Hablamos durante unos minutos y llegamos a un acuerdo: ellos tendrían otra oportunidad de hacer sufrir al pequeño y yo tendría mi venganza. Después de aquello no habría más incursiones, ni desde ni hacia el otro lado.

Cuando volví a mi realidad, el velo se rasgó un poco más, con el sonido que hace la seda al ser acariciada; Ello venía detrás de mí.

Con rapidez y sin regodearse en el acto, atrapó al niño con sus dos brazos traseros, mientras que sus ojos colgantes lo observaban. El niño intentó gritar, pero de su boca no salió sonido alguno; tenía los ojos como platos, incapaz de creer lo que veía, y se sentía rígido como un palo.

Ello y el niño cruzaron el velo, y yo los seguí.

Hogueras en la distancia despedían humo, de las grietas del suelo escapaban vapores de azufre, y entre las nubes negras solo se veía algún fugaz rayo que iluminaba la escena.

Ello en las llamas

Ello tiró al niño al suelo, dentro de un círculo de piedras que de inmediato comenzó a arder.

El niño empezó a llorar y a gritar, estático, ya que no tenía a dónde ir.

Ello se alimentó de aquel momento, y otros de su especie aparecieron para hacer lo mismo.

Cuando ni yo misma podía soportar el dolor que el niño estaba sufriendo en su alma, crucé el muro de fuego que nos separaba y me quedé mirándolo fijamente.

Ello pasó conmigo al círculo de fuego y habló por mí:

—No vuelvas a hacer daño a ningún ser; siempre hay alguien que puede devolverte ese daño multiplicado. ¿Comprendes lo que te digo?

El niño no podía hablar, estaba petrificado, pero intentó balbucear algo mientras agitaba la cabeza adelante y atrás.

Salí del círculo de fuego sin quemarme; tenía mis protecciones en aquel lugar.

Ello extendió sus cuatro brazos y las llamas desaparecieron. Luego, también salió del círculo.

Le hice un gesto al niño para que me siguiera, y salimos del otro lado de vuelta al hogar.

Tuvo ligeras secuelas durante un tiempo; debía tenerlas para que la lección se fijara en su gran cerebro, pero no volvió a hacerme daño.

Yo seguí siendo Dócil.

Un nuevo Sol

Julius despertó atado de pies y manos sin recordar cómo había llegado a aquella situación. Después de varios días, de travesuras y borracheras, tampoco le extrañaba haber acabado atado de alguna manera; suponía que alguna de las últimas actividades como Saturnalicius princeps le habían llevado a algún lupanar para aprovecharse de sus privilegios.

Julius, hijo menor de una casa menor en Roma, había ganado el puesto de Saturnalicius princeps en una batalla dialéctica entre sus iguales, supervisada por los consejeros del mismísimo Emperador Calígula, Emperador que había extendido los días de festividad de las Saturnales a cinco, después de que su predecesor Aurelio lo hubiera reducido a sólo tres.

Así, durante esos días, el pueblo romano se había dado a la bebida, al disfrute y a los pequeños sacrificios disfrazados de ofrendas a los dioses, siendo sobre todo Saturno el beneficiado por todos aquellos regalos. Incluso los esclavos tenían algunas ventajas en su día a día, comparándolo con el resto de días del año.

Julius decidió dejar pasar el tiempo, deshaciéndose poco a poco de la resaca que lo acompañaba, pero comenzó a ponerse nervioso al ver que la noche se acababa y que nadie venía a soltarle de sus grilletes.

Poco antes del amanecer, dos mancebas llegaron y pusieron sobre un cathedrum, parecido a una silla con respaldo aunque con total ausencia de detalles, la toga clásica con la que vestían los romanos en el día a día. Esto llevó a pensar a Julius que todas las festividades habían acabado, pues durante las Saturnales sólo vestían con la synthesis, una ropa más informal.

Después, las mancebas soltaron las presas de Julius y le indicaron que se limpiara con el agua caliente que también habían traído y se vistiera para el fin de la festividad. Julius, aunque no había sido informado de tales procedimientos antes de hacerse con el cargo temporal, no puso objeción; se limpió como pudo y se vistió lo mejor posible, entre trago y trajo del vino dulce que le habían traído también. Cuando estuvo listo, las dos mancebas accedieron de nuevo a la habitación y le invitaron a seguir tras ellas.

A través de diversas callejuelas y túneles, Julius llegó a una estancia cerrada, iluminada en las cuatro esquinas con lámparas de aceite y con una ventana en el techo que hacía que toda la luz que entraba fuera dirigida al lectus funebris situado bajo ella. En ese momento Julius sintió cómo un gran peso se situaba en su estómago e intentó buscar una rápida salida de aquella habitación; la tecnología que dirigía la luz del incipiente amanecer era totalmente desconocida para él, pero lo que más miedo le hizo sentir fue el lectus funebris, ya que era la cama utilizada para llevar los cadáveres a la pira.

No encontró salida alguna y decidió empezar a controlar su respiración, calmándose con ello poco a poco.

Cuando se hubo calmado aparecieron dos sacerdotes, uno vestido como lo hacían las representaciones de Saturno, y la otra con los hábitos de Vesta, su hija.

–Hoy es tu último día como Julius –dijo el sacerdote–. Pero no te pongas nervioso, no es tu último día entre nosotros.

La sacerdotisa se acercó a él y lo calmó con unas caricias en el hombro.

–Estás aquí como sacrificio, es necesario para que el nuevo Sol que nace, pueda seguir haciéndolo en los años que vendrán –dijo ella en un susurro.

Julius, incapaz de articular palabra, solo miraba alrededor, con los ojos a punto de salirse de sus órbitas por el miedo y la tensión. Entonces, la sacerdotisa vertió un denso líquido en las lámparas de aceite y el ambiente comenzó a relajarse, la tenue luz comenzó a ganar en viveza, en nuevos colores y el olor fresco a hierva recién cortada inundó los sentidos de los tres que estaban en la habitación.

–Quedan solo unos momentos para que nazca el nuevo Sol. Las noches comenzarán a ser más cortas y los días más largos –dijo el sacerdote.

–Quedan solo unos momentos para que comience tu sacrificio. Tu conocimiento se expandirá y tus capacidades guiarán desde las sombras al resto de humanos –dijo la sacerdotisa.

Entre los dos forzaron suavemente a Julius a que se reclinase sobre el lectus funebris y un rayo de luz densa y líquida cruzó el techo sin difuminarse por la humareda que comenzaba a cubrir la habitación, acertando de lleno en la frente de Julius.

–El velo sobre tu mente se va a difuminar, y pese a que eres socialmente uno de los personajes más bajos entre las familias nobles de Roma, serás grande con el tiempo. Este sacrificio, desde el que renacerás, hará que nuestra organización siga manteniéndose en la sombra, dirigiendo y protegiendo a nuestros congéneres. El secreto que deberás guardar no está hecho para todos los hombres y mujeres que comparten el momento con nosotros. La energía que vas a aprender a controlar llevará tu entendimiento al límite, y tu espíritu deberá doblarse y forjarse para poder controlar su poder –completó el sacerdote.

Mitte potentia. Rubrum luminaria in via. Mitte potentia. Rubrum luminaria in via. Mitte potentia. Rubrum luminaria in via. ¡Mitte potentia. Rubrum luminaria in via!

La luz de la habitación se tornó roja con las palabras recitadas en un susurro por la sacerdotisa, y poco a poco se fue convirtiendo en hilos que se fueron trenzando con el rayo de luz que surgía desde el techo hasta la frente de Julius.

–Un nuevo Sol, un nuevo adepto, un nuevo protector –respondió Julius, con unas palabras que estaba pronunciando sin saber de dónde venían–. Acepto el sacrificio de una larga vida bajo las órdenes de la energía regidas por vuestro consejo, en favor de perpetuar el nuevo Sol, la transmisión del conocimiento y la protección de las viejas costumbres ocultas.

–Y nosotros aceptamos el sacrificio de guiarte, de enseñarte y de protegerte en este nuevo camino dentro de nuestras filas –respondieron dos dos sacerdotes a la vez–. Tenebrae minuantur. Illuminet nos lux infinita –recitaron.

La oscuridad brotó del cuerpo de Julius y se hizo densa, como una canica de mármol negro. Después la luz del techo se hizo más fuerte e inundó su cuerpo.

La sacerdotisa capturó la canica oscura del aire e invitó a Julius a que se levantara. Después posó la canica en el lugar en el que él había estado tumbado.

El sacerdote recitó unas palabras inaudibles y la canica negra explotó en miles de partículas de polvo negro que cubrieron todo el suelo, pavimentado ya antes de cientos de miles de partículas similares fundidas con la misma piedra.

El sacrificio había concluido. Julius había muerto. Julius había nacido.

El anterior relato pertenece a las historias perdidas de los primeros Consejos. Para saber más obre El Consejo de los actuales días y sus aventuras podéis leer en El Consejo – Edición Completa. En edición digital y tapa blanda en amazon.

II Concurso de relato corto de Terror de ZonaeReader

Como suele pasar cada cierto tiempo, últimamente una vez al año, la web de ZonaeReader comienza un nuevo concurso de relatos.

Esta vez, y tras haberlo votado entre todos los participantes de la web, la temática del concurso será de Terror.

IICRT

Las bases de la convocatoria se pueden ver aquí: BASES

En este concurso se ha optado por modificar la forma de votar, y se ha introducido un formulario para realizar las votaciones de manera más ágil, que se puede ver desde aquí: FORMULARIO VOTACIÓN

En el foro, se podrán encontrar todos los relatos aquí: RELATOS

Y ya, para finalizar, apuntar un artículo de esta misma web en el que hablo de las características de los relatos o cuentos de terror, por si queréis refrescar la memoria.

Unión o disolución

Allá por los albores del siglo veintiuno,
cuando por la humanidad no se daba un duro,
el planeta nos estaba dando muy muy duro
por haber estado pateándolo como un burro.
Tan fuerte fue el golpe dado por el planeta,
que mandando un pequeño virus por ciudadela,
asoló e infectó de cada cien una treintena
y creyó salir vencedor de tan siniestra verbena.
Demasiados cayeron en cruenta batalla,
otros sufrieron agravios físicos por semanas
y los menos mantuvieron compostura sana.
Pero todos lucharon al límite de sus fuerzas
buscando soluciones, cada uno con sus entendederas,
para poder eliminar del planeta amenazas veras.

¿Que quién fue el descubridor de la solución,
es lo que os estaréis preguntando con fruición?
Intentaré despejar en este texto sin dilación
al creador de tan bellaca redención.
No habría aún seis mil millones de humanos
cuando al mundo llegó este ciudadano
que entre cables y bits creció rodeado
mientras el mundo igual se iba moldeando.
De las artes oscuras de las red y los teclados
aprendió por su cuenta, o a veces ayudado,
no contemplando nunca un futuro airado.
Decidió labrarse un digital futuro
y también contempló ver nacer fruto
en lo analógico pese a su desuso.

Por lo tanto nuestro héroe, sin nombre conocido,
de aquella época fue un extraño híbrido
entre las nuevas y antiguas tecnologías crecido
para poder sobrevivir a un futuro mal creído.
Otros había que atesoraban tales virtudes,
pero muchos sin intentarlo acabaron en ataúdes
o justo cuando los llamaban a triunfar los laúdes
habían dado escusas pobres y cutres.
Nuestro anónimo, de batallas compañero,
nunca rehusó permanecer en la linea el primero,
siendo siempre inasequible al desaliento.
Llevando además por distinción la ferocidad
como símbolo de los de su misma patria
hasta erradicar al mal del mundo su último día.

Y con esto ya os he contado como acabó todo
aunque aún no sabéis los polvos de aquel lodo
que comenzaron cuando un día no hubo modo
de frenar a un planeta recién creído bobo.
Pues un día murieron mil del mismo mal
y al día siguiente diez mil se sintieron fatal
y muchos creían que era circunstancia especial
y que solo los tocaría de forma tangencial.
Pero algunas cabezas pensantes vieron un patrón
y sintieron cierto terror, incluso pavor,
al ver que no se intentaba frenar a tal matón.
Y aún sin conocer el rostro del enemigo
intentaron buscar solución, no solo ser testigo
para la última gran catástrofe del mundo conocido.

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El sueño del martillo

He visto sangre cubriendo mi cuerpo, mezcla de antiguo material orgánico y de duro acero forjado a base de miles y miles de golpes. He escuchado un crack, intuyendo las ondas de choque a través de los poros de mi mango, que en otro momento fue madera viva. He notado el calor, corriendo por mi astil y mi cabeza, deslizándose pastoso por todo mi cuerpo, tiñéndome el pulido barnizado de un denso rojo.

Y aún así, aquí sigo tirado, esperando a que mi amo venga a reclamarme, estático en el suelo, junto a un par de ancianas pelusas, que no dejan de maldecirse entre ellas por su suerte, y una corroída gubia que lleva tiempo sin entrar en su objetivo como cuchillo caliente en mantequilla.

Espero, duermo más que vivo, busco una misión cuando un rayo de luz se refleja en mi brillante cabeza, esperando a golpear con ella cualquier cosa que se ponga por delante. No llega el día, el momento se hace esperar, y entre sueños sigo viendo mi destino, escuchando cómo llega de golpe, sintiéndome deslizar por la mano de mi amo a causa de la súbita humedad.

¡Crack!

¡Crack!

¡Plof!

Lo noto, ya llega el momento, la puerta se abre y la luz comienza a rodearme, la puerta chirría y se cierra de un golpe. Mi amo parece malhumorado, hoy es el día. Sé que hoy es el día. Se acerca a mí, la vibración del aire anuncia tormenta. ¡Sí! Me acaba de coger, por fin voy a abandonar a las dos viejas y agriadas pelusas. ¡Adiós, desgraciadas!, pienso cuando comienzo a viajar a una velocidad superior a la acostumbrada. Salimos del taller. ¡Voy a cumplir mi sueño!

No entiendo lo que grita mi amo, pero está cara a cara con alguien mientras que me tiene alzado en el aire con gesto amenazante. Ya llega. La velocidad aumenta súbitamente y desciendo como si descendiera sin frenos en una montaña rusa.

¡Crack!

¡Crack!

¡Plof!

Vuelvo al suelo cubierto de un líquido rojo, creía que sería más denso, pero es acuoso, y me cubren restos de una piel del mismo tono.

¡Mierda! Ha sido un tomate.

Tomate

Multidimensional (parte VII – Vueltas)

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7 – VUELTAS

Mientras que el disco con las sagradas escrituras había estado en su poder, Óscar había conseguido acceder a partes que estaban reservadas únicamente para él, y en las que se explicaba cómo debería actuar a continuación.

Notó el chip en el bolsillo y con aquellos nuevos conocimientos consiguió volver atrás en el tiempo, al momento en el que lo había sustraído de la base secreta en la que lo guardaban. Cuando entró en la cámara de la que lo había tomado, solo segundos después de que aquello hubiera sucedido, lo volvió a poner en su ubicación; con unos pequeños cambios en el a nivel físico y lógico.

Después generó un nuevo catálogo de instrucciones que copió en la máquina que había creado aquel chip, los nuevos diagramas serían seguidos en la clonación de chips similares y a partir de allí todo cambiaría.

Aquel reajuste tardaría algunos años en ser completo, pero Óscar sabía a ciencia cierta qué ocurriría a continuación.

Salió de allí y viajó a la Luna, en el año 2041, y se situó de manera invisible, protegido por sus nuevas capacidades, unos metros por detrás de su yo pasado. Vio cómo la Tierra desaparecía y regresaba instantes después a su lugar original, y percibió las emanaciones de energía revitalizante que desprendía. Se vio también a sí mismo, a su yo pasado, llorando por lo presenciado.

Después, y sin moverse de aquel lugar, generó el disco de datos con las sagradas escrituras. Átomo a átomo, y con la mismísima arena Lunar, dio forma al circulo perfecto que contenía todo su conocimiento. Restringió datos para que únicamente él pudiera leer, e introdujo obligaciones para sus futuros seguidores.

Entonces viajó al futuro, a los albores del duodécimo milenio, y enterró en los restos del planeta Tierra el disco. Se preocupó de que la ubicación estuviera protegida, y de que solo se encontraría el disco en el momento preciso. Por último recorrió el flujo del tiempo hacia el octavo milenio, dejando pistas aquí y allá, para que la recién creada organización de los Garantes del Espacio-Tiempo pudiera encontrar el disco que les guiaría hasta el previsto 23151.

Por último, y sabiéndose con la misión cumplida, regresó a su hogar. Ya había vivido demasiado en unos pocos días, y necesitaba continuar con una vida relativamente tranquila.

Volvió a sentarse en su sofá, cerró los ojos y se concentró en volver a ocultar los canales de luz de su cuerpo, para siempre.

Entonces ante el, y sin invitación previa, aparecieron Ïorgs, Älig y Ëlg, que se postraron ante él. Óscar notó que Ïorgs había tomado la presidencia del grupo, y que se había convertido en el más alto de los tres.

—Te pedimos disculpas por nuestra actuación anterior —dijo Älig con sumisión.

—Ïorgs nos ha explicado lo ocurrido y sentimos mucho nuestro ataque —continuó Ëlg.

Óscar los miró a los tres, como un padre haría con sus chiquillos cuando estos se sienten mal por haber hecho una travesura sin importancia, aunque los separaban más veinte milenios de evolución.

—Obrasteis como debíais y todo ha ocurrido según lo escrito, no debéis sentir desasosiego.

Los tres se levantaron con alivio y segundos después desaparecieron dejando a Óscar en su sofá, solo, esperando que a partir de aquel momento su vida fuese más sencilla.

Multidimensional (parte VI – Transferencia)

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6 – TRANSFERENCIA

Ïorgs abandonó a Óscar en aquel momento. Ya había finalizado su propia misión y debía volver a su tiempo. Óscar decidió regresar a su casa, intentar por enésima vez sentarse en su sofá para relajarse e intentar pensar claramente. Solo en ese instante intentaría leer el disco de datos.

Así lo hizo y pasó por los anaqueles virtuales que aquel disco contenían, leyendo cada porción de información que en ellos se almacenaba. Perdió la conexión con la realidad mientras que se hundía entre aquella ingente cantidad de noticias, reseñas y referencias. Tanto fue así que un nuevo día amaneció y Óscar aún se mantenía sentado en el sofá, con las ropas del día anterior, y el disco posado sobre la palma de su mano.

Cuando terminó pudo al fin comprender su papel en la historia, entonces decidió recorrerla a su ritmo, a la inversa del curso trazado por Ïorgs y deteniéndose en otros momentos. Vio la transhumanización y la destrucción, también comprobó los cambios que la humanidad había hecho en su conducta para poder mantener el planeta en un estado aceptable; sabía que aquello no habría ocurrido si no hubiera robado aquel chip que aún mantenía en su bolsillo, desde que lo robó no había podido volver más atrás del momento de su transformación, aquel parecía haber sido un evento clave en la historia, uno que había sido bloqueado para no poder ser cambiado jamás.

También vio que ciertos restos de la antigua humanidad se habían mantenido inalterables y que durante siglos se habían sucedido guerras, no solo dentro del planeta sino entre los planetas que habían sido colonizados. La población humana para el momento de la destrucción del planeta Tierra era de cuatrocientos mil millones en apenas doscientos planetas habitados.

Vivió el cambio de base al carbono-silicio y cómo aquello generó la animadversión al planeta en el que aquello había sucedido, pero años después comprobó como el cambio se producía en el resto de planetas al cederse la tecnología que lo había producido, pues el cambio había hecho posible una mejor comunicación entre los seres, que eran capaces de conectarse de modos más profundos que antes del cambio.

Después Óscar siguió su camino y vigiló de cerca el primer viaje temporal de la humanidad, dentro de una cápsula sellada al pasado de la Tierra, mucho antes de que los humanos primitivos hubieran sido creados.

Avanzó y avanzó hasta encontrarse de nuevo en el año 23140, y vio de nuevo la celebración en la que Ïorgs era proclamado miembro de los Tres.

Estaba en un pequeño planeta, el que había recibido la primera remesa de colonizadores desde la Tierra. La población de aquel planeta, de nombre LI-30TH01 no superaba el medio millón de habitantes y se había erigido como centro gubernamental de las colonias cuando estas se empezaron a desarrollar. Era el único planeta de todos los que habían asimilado a la antigua población del planeta Tierra que no había tenido ninguna guerra en toda su historia, y sus habitantes se sentían muy orgullosos de aquello.

Cuando la celebración concluyó, Óscar fue al encuentro de Ïorgs, que se asustó al ver un ser tan extrañamente ataviado.

—¿Quién eres? —preguntó el joven Ïorgs.

—Soy Óscar, me conocerás en tu futuro. Vengo de muy atrás en el tiempo. Del año 2031.

—¡Eso es imposible! El primer viaje fue en el octavo milenio.

Óscar sacó el disco de datos de su bolsillo y se lo mostró a Ïorgs que quedó impresionado.

—¿Eso es… —intentó preguntar.

—Sí, son las sagradas escrituras. Tu me las darás dentro de unos años.

—¿Cómo? Llevan desaparecidas siglos. Nosotros solo tenemos copias e imágenes. Ese es el disco original. ¿Cómo ha llegado a tu poder? —preguntó intentando ahogar un grito.

—Te he dicho que me lo darás tu en el futuro, en el año 23151.

Ïorgs se estaba poniendo más nervioso de lo que Óscar había supuesto. Óscar tuvo que actuar y lo tomó por las manos, cediéndole parte de sus vivencias, las que habían compartido, a través de los canales de luz.

Cuando Ïorgs miró de nuevo al rostro de Óscar había cambiado, el tono de su luz era diferente, menos brillante e intenso, pero de una tonalidad más poderosa.

—Ahora me iré, guarda el disco a buen recaudo. Recuerda que me lo tendrás que devolver para que comprenda todo lo ocurrido.

Óscar se fue de allí y dejó solo a Ïorgs, que se debatía sobre qué hacer a continuación.

—Tendré que actuar como si nada hubiera sucedido, según me ha mostrado —pensó finalmente.

Multidimensional (parte V – Nosotros)

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5 – NOSOTROS

Hasta aquel momento, tan atrás en el tiempo, viajó Ïorgs después de haber obtenido el permiso de sus compañeros; quería arreglar la situación y se presentó pacíficamente delante de Óscar, este se llevó un pequeño susto, pero se estaba ya acostumbrando a que nada fuera normal.

—No tuve la ocasión de darte las gracias —dijo Ïorgs.

—Lo comprendo, estabais bastante ocupados intentando darme caza.

—Es cierto, mis compañeros no han llegado a comprender tu función en esta misión. Llevan mucho tiempo en su posición de poder y se creen los mismísimos profetas cuando únicamente son los ejecutores, torpes muchas veces, de las antiguas escrituras.

—¿Y no has venido a acabar el trabajo?

—No —respondió de manera tajante Ïorgs.

Óscar estaba entrando en un estado de desesperación por todo el conocimiento que ya tenía, que suponía le podría impedir vivir una vida normal, y deseaba escapar de todo aquello, olvidar, y así se lo solicitó a Ïorgs.

—Tenéis mucho poder —dijo Óscar—, y me habéis prestado parte a mi, que no soy nadie. Yo no lo quiero —paró para tomar aire pues se estaba ahogando—. ¿Puedes hacerme olvidar todo?

Aquella pregunta no sonó como tal, sino como una orden camuflada tras una súplica, y mientras que la iba pronunciando se acercaba a Ïorgs, hasta que le cogió las manos y se arrodilló en el suelo. Sus capacidades mentales se estaban degradando rápidamente por la presión y los cambios a los que había sido sometido.

—No, eso es imposible —dijo Ïorgs—. Necesitas permanecer completo.

—¿Completo? Soy de todo menos completo, ¡me habéis arruinado la existencia!

—¡Has salvado el planeta, la existencia! ¿No te das cuenta?

Óscar siguió en el suelo, soltó las manos de Ïorgs y se miró las suyas propias, con sus canales de luz que le iluminaban la mirada. Se quedó absorto, deseando que nada de aquello fuera real.

Ïorgs cogió entonces el brazo sin fuerza de Óscar, lo obligó a levantarse de donde estaba tirado en el suelo, y viajaron al tiempo de Ïorgs, como espectadores. Óscar temía que al final sí acabarían con él, aquel posible futuro no le importaba lo más mínimo: «Mejor así que recordar» pensó cuando supuso que su final estaba al llegar.

—Observa, este es mi tiempo, el año 23151. Ahí te puedes ver a ti mismo, iluminándote por primera vez.

Todo se volvió entonces difuso a su alrededor, borrones de luz y oscuridad pasaron a sus lados hasta que todo se frenó en seco trayendo de nuevo una imagen nítida, en el mismo lugar. En el púlpito solo estaban dos seres, los que eran conocidos como Alïg y Ëlg. Se podía apreciar en la escena que Alïg era nuevo en el puesto de cabecilla del grupo, pues no tenía el aplomo que había demostrado en su primer encuentro.

Ïorgs estaba frente a ellos, arrodillado. En el suelo una mancha líquida de luz recorría su camino, cubriéndolo hasta la coronilla. Después una pequeña explosión descubrió al nuevo Ïorgs; acababa de ser nombrado miembro de los tres, el menor de ellos. Era 23140.

—No llevas mucho teniendo tanto poder —observó Óscar.

—Unos años, aunque he sido instruido desde el nacimiento, pero ese no es el punto de traerte aquí, de hacer este camino inverso. Parar aquí ha sido únicamente culpa de mi nostalgia, lo siento.

Volvieron a navegar contra corriente en el tiempo, deteniéndose varios milenios atrás. Óscar reconoció el lugar en el que estaban, pero algo no cuadraba, faltaba algo, una masa enorme y cubierta de agua, que el llamaba Tierra, había desaparecido. Su lugar lo ocupaban restos del planeta. La Luna, llena de escombros, se mantenía vigilando el lugar donde en el pasado había estado su compañera.

Entre enormes bloques de masa inerte, Óscar pudo ver un fulgor, miles de focos sobre lo que podría ser llamado un asteroide del tamaño de Australia. Se acercaron y vieron una enorme cúpula en el centro del cascote, de decenas de kilómetros de diámetro. La atravesaron y vieron dentro algo parecido a una civilización, seres de luz, como el propio Ïorgs; parecían estar llevando a cabo una excavación.

—¡Aquí! ¡He encontrado algo! —dijo uno de aquellos seres.

—Acaba de encontrar nuestras sagradas escrituras, el plan que llevamos siguiendo once milenios, y que nunca nos ha fallado —dijo Ïorgs con solemnidad.

—Tu compañero no pensaría eso —dijo Óscar sabiendo que su misión, según ellos, había fracasado.

—Bueno, viajemos más al pasado y veamos.

Llegaron al año 8148, en un recinto de mármol blanco, decenas de seres de luz en pie, al rededor de tres de ellos. Todos ataviados con pulcros uniformes y con las dos manos luminosas en alto.

—Prometemos garantizar la continuidad del espacio-tiempo, con nuestras vidas si fuera el caso. Siempre —dijeron todos a la vez.

—Aquí se creó nuestra organización. Es un buen momento en el que hacer turismo temporal, nos llena de nostalgia y agradecimiento a esos hombres —dijo Ïorgs mientras dejaba que una repentina emanación de luz saliera de su cuerpo—, pero viajemos un poco más atrás, al 8143.

—¿Qué pasó en ese año?

—El primer viaje temporal de un humano, un experimento que llevaban buscando completar con éxito durante décadas, siglos incluso.

—¿Desde que en 7200 todos los humanos se hicieron híbridos de base? —preguntó de manera resabiada Óscar, que recordaba lo que le habían enseñado al transformarle.

—Sí, quizá desde mucho antes. Posiblemente desde que en el 6215 se realizó la primera fusión carbono-silicio por un humano. Ese dato solo lo tenemos unos cuantos; de los tres, únicamente yo. Hay momentos bloqueados en el tiempo y que solo pueden ser visitados por seres elegidos, forman parte de la historia inalterable.

Siguieron viajando atrás en el tiempo, viendo escenas agradables y otras no tanto, llegaron al 5712.

—Sé que ya has visto la Tierra desaparecer, pero las siguientes imágenes, el siguiente momento, es mucho más duro, estás preparado para ello. No es algo en lo que se adiestre a todos los seres por su dureza. Sólo unos pocos conocemos esta realidad —dijo seriamente Ïorgs.

—Supongo que no me puedo romper mucho más —respondió Óscar.

Estaban en la Luna, mirando el planeta Tierra y cómo franjas de lava y fuertes erupciones azotaban la superficie. El planeta se estaba despedazando ante sus ojos y Óscar no pudo reprimir un llanto.

—Esto no se puede solucionar. Ha sido por causas físicas del planeta, no se puede hacer nada —consoló Ïorgs a Óscar.

—¿Por qué me muestras esto? ¿Cuántos seres han desaparecido? Puedo notar el hedor a muerte desde aquí.

—El mínimo posible, se sabía de la destrucción del planeta desde siglos atrás y se comenzó la emancipación del planeta, el éxodo, hace más de tres milenios. ¿Quieres ver cómo salió la primera nave colonizadora?

Óscar miraba a Ïorgs con los ojos muy abiertos, arrasados por las lágrimas y cambiaron de nuevo de tiempo, viendo como una nave, poblada por más de quince mil humanos, aparte de fauna y vegetación autóctona suficiente como para no pasar apuros en el planeta de destino, salía a velocidad sublumínica desde una estación espacial en órbita sincrónica con la Tierra.

—En esa nave iban mis antepasados —dijo Ïorgs.

Óscar cayó lentamente en la cuenta de aquellas palabras.

—Sois… nosotros.

—En el futuro.

—Y… ¿por qué queréis cambiar vuestro pasado?

—Es complicado de explicar, y prácticamente nadie comprende el funcionamiento, pero era necesario que hicieras lo que hiciste para que todo se mantuviera igual. Sé que nuestra acción en el futuro con tu pasado, para poder mantener todo igual es difícil de explicar, pero así es contada en las sagradas escrituras.

»El tiempo no es una corriente de agua que circula en un único sentido desde las montañas al mar, sé que solo estoy intentando simplificar lo que te digo; piensa en el tiempo como en una molécula de agua, que si se evapora asciende, que si se enfría desciende, que puede formar parte de un río que avanza hacia el mar, y que dentro del mismo, o de los océanos, puede trazar diversos cursos según las corrientes dominantes.

»Ni Alïg ni Ëlg saben nada de esto, pero era necesario que todo ocurriera de esta manera para que yo pudiera tener esta conversación contigo.

Ïorgs sacó entonces un disco metálico de un bolsillo oculto de su túnica y se lo entregó a Óscar.

—¿Este es el disco que hemos visto sacar de aquella excavación en el futuro? —preguntó Óscar.

—Sí. Léelo.

—¿Cómo?

—Ponlo sobre tu mano, y concéntrate en tu luz. Luego piensa que recorres la superficie del disco como si estuvieras caminando por una enorme biblioteca. Tienes dentro de ti la tecnología necesaria para hacerlo —dijo Ïorgs afianzando la confianza de Óscar para poder leer aquel disco.

Multidimensional (parte IV – Cambio)

MULTIDIMENSIONAL

4 – CAMBIO

Con el chip en el bolsillo de su pantalón, pensando que nada había cambiado, Óscar vio la retornada realidad donde instantes atrás solo existía la nada. Aquello le produjo alegría, parecía haber cumplido su misión, pero también tristeza, pues tarde o temprano aquel mundo cambiaría a peor de un modo u otro mientras que los humanos en sí no cambiaran.

Desde su parcela en la Luna, Óscar observó meditabundo hasta que se sintió con las fuerzas necesarias para volver a su planeta natal, notaba algo diferente pero no sabía qué era, el pelo se le erizó de repente al sentir una ola de energía emanante de la misma tierra que le sumergió en un profundo estado de paz.

—¿Habrá cambiado algo allí abajo? —se preguntó a sí mismo.

Las prisas le cubrieron y en un santiamén se transportó a la Tierra del 2041. Notó cómo el magnetismo de la tierra emitía una vibración diferente, cómo los mismos seres habían cambiado en su generación energética, aunque no en su aspecto. Sobrevoló ciudades y las reconoció más verdes de lo que eran en su pasado, incluso instantes antes de que el mundo desapareciese. Respiró aire puro, incluso sobre las más grandes ciudades, recorrió valles, montañas, ríos, y mares y sintió fluir la vida. Quiso saber cómo se encontraría su viejo barrio.

Llegó y se frenó en seco en el parque en el que de niño jugaba a las chapas, lo que antiguamente era un solar de arena con algunos setos aquí o allá se había cambiado por una frondosa pradera de verde césped donde los niños corrían y saltaban junto a animales domesticados y sin domesticar.

—¿Es eso una ardilla? —dijo en voz alta sin darse cuenta.

—Pues claro, un león no es —respondió un chiquillo que pasaba a su lado.

Desorientado por aquello, Óscar salió del parque y se dirigió a su pequeño piso que sabía que aún mantenía, había hecho los arreglos necesarios para mantenerlo en propiedad cuando le dieron aquellos poderes. Tenía que cruzar una calle ancha, con varios carriles en cada sentido para los coches, pero lo que encontró fue muy diferente: dos carriles anchos y de suelo naranja y gomoso por el que circulaban bicicletas y patinetes, dos más en los extremos donde lo hacían personas a pie, y ni un solo vehículo motorizado a la vista. Cruzó y llegó a su portal, al que entró directamente, subió las escaleras y llegó a su puerta, que estaba abierta y que no mostraba signos de haber tenido nunca una cerradura en ella.

Óscar entró asustado, pensaba que quizá le hubieran robado.

—¿Hola? —preguntó al cruzar el umbral.

Antes de esperar ninguna respuesta pudo comprobar que allí nada había cambiado, el mismo suelo, el mismo sofá, el televisor no estaba; donde debía estar una fina pantalla de cristal verde se mantenía anclada a la pared.

—Hola —se oyó responder desde lo que era su habitación—. No te asustes, sé que es tu primera vez aquí.

Un Óscar diez años mayor apareció en el salón, se acercó a su cuerpo más joven y se abrazó a sí mismo. Óscar sintió en aquel momento todo el afecto y el cariño del mundo.

—Has salvado el planeta, quédate con eso.

—¿Pero…

Óscar se quedó con la pregunta en los labios cuando un mareo le sobrevino, sus manos comenzaron a brillar y perdió completamente el conocimiento.

Cuando abrió los ojos y pudo recuperar el control de su cuerpo se vio de nuevo ante los tres seres de luz, que con rostros agrios le miraban desde sus púlpitos.

—No has sido capaz de completar satisfactoriamente tu misión —dijo Alïg.

—El mundo no ha sido destruido, ha cambiado.

—Eso no es lo que te solicitamos —contestó Ëlg.

—Pero ha mejorado —se defendió Óscar.

—¿Quién te pidió que mejorase? Nadie. Debías dejarlo todo como estaba. Debías mantener la linea temporal con el único cambio de la no destrucción del planeta. Estaba escrito que así sería, pero has fallado a la predicción, a la primera de ellas que se hizo —continuó con la reprimenda Alïg.

—¿Escrito? —preguntó Óscar.

Ïorgs permanecía callado, observando y sabiendo lo que ocurriría a continuación, disminuyó su nivel de energía, prestándosela a Óscar para que este pudiera huir, por un tiempo al menos.

—En las viejas escrituras, que han pasado por milenios de historia hasta nuestros días, y que han resultado, siempre, ser correctas. Hasta que te has visto involucrado en ellas. Eres un error, y como tal deberás ser eliminado del flujo.

Óscar vio a los tres levantar sus manos hacia él, y notó salir de sus dedos rayos de energía que llegaron a su cuerpo dejándole prácticamente sin respiración. También sintió que solo dos de ellos le atacaban mientras que el tercero le defendía del ataque. Entonces se concentró en lo que había aprendido y consiguió acumular la energía necesaria como para crear un escudo temporal alrededor suyo y huyó de allí, notando a sus perseguidores detrás aun fuera del flujo mismo. Sin saber cómo, fue más allá en el futuro y se encontró tumbado en una pequeña cala frente a un lago de agua transparente que reflejaba la cálida luz del Sol, y que le hizo recuperar algo sus fuerzas.

Dándolo por perdido temporalmente, los tres seres de luz se reunieron, y discutieron el curso de acción posterior. Siempre se habían guiado por los antiguos escritos, y muy pocas veces habían demostrado iniciativa propia; la situación era nueva para ellos.

—No teníamos que haber hacho nada —dijo Ëlg cuando ya se habían serenado—. Hemos seguido una de las primeras escrituras, las que menos claras están y las que más variables contienen.

—Poco importa eso ahora: lo hecho, hecho está —respondió Alïg—. Pero no podemos dejarlo ir, no debe haber más seres multidimensionales que nosotros. Debemos encontrarlo.

—Nosotros no hemos cambiado —dijo el tercero, Ïorgs—, con lo cual la predicción y lo ocurrido después ha sido tal y como debía.

Los tres se quedaron pensativos, con sus fluctuantes luminiscencias dejando claro que estaban muy lejos de allí, calculando hipotéticos futuros y cursos de acción, revisando el pasado por si era aquello verdad, que nada había cambiado para ellos.

—Aún así, debemos capturarle —dijo Alïg al fin, estableciendo que no podían dejar cabos sueltos por si algo más cambiaba.

—Yo me encargaré —respondió Ïorgs, que ya había trazado un plan.

Mientras tanto, Óscar pensaba qué hacer. Quería volver a su tiempo, a su vida normal, a despertarse en su cama, prepararse un buen desayuno y continuar con su trabajo y su vida. No sabía si aquello sería posible, pero lo hizo.

Intentó regresar al instante en el que todo había empezado, pero no fue capaz, sólo pudo ir segundos después, a las 08:08 de aquel día de Noviembre del año 2031.

—¿No puedo ir más atrás? —se preguntó—. ¿No puedo cambiar mi pasado para que nada de esto haya ocurrido?

Volvió a intentarlo, pero con cada esfuerzo quedaba más debilitado, y finalmente lo dio por imposible. Se hizo entonces un desayuno frugal y se sentó en su sofá, frente al televisor, sintiéndose agotado por lo ocurrido y desesperado por no saber que podría ocurrir después. Todo era tan extraño.