El gato, las galletas y el botijo

El gato, las galletas y el botijo

Sobre todo, lo que más suele pasar cuando te encuentras en una calle oscura una noche de lluvia, es que te asustes ligeramente si de repente se te cruza algún animal, como una rata o un gato; si éste además te habla, el susto es morrocotudo.

Eso me pasó a mí hará unas dos semanas, y desde entonces no he sido capaz de vivir un día normal. El hecho de cruzarme con un gato, como fue el caso, y que éste me hablara, ya supuso que me preguntara por mi propia salud mental; los hechos que ocurrieron a continuación, me trajeron al momento y al lugar en el que me encuentro ahora.

Cuando un gato, de repente, empieza a hablarte, un montón de pensamientos bullen en tu cabeza. A mí no se me quitaba de la cabeza la idea de que me estaba hablando Matou; los que halláis crecido en los ochenta viendo “Bola de Dragón” lo comprenderéis.

—¿Qué tal, caminante de la noche? Hace un rato que te espero —me dijo mientras que yo era incapaz de reaccionar.

—Veo que no respondes, ¿te ha comido la lengua el gato? ¡Ja, ja, ja! —empezó a reírse con su chiste malo.

—Un gato… que habla. Sí que tengo que haber bebido mucho esta noche.

—Sí, hablo, y sí, has bebido mucho esta noche. Pero ese no es el caso. Vamos que llegamos tarde.

—¿Dónde? —atiné a decir notando ya un nudo que se me iba haciendo en el estómago.

—¿Cómo que dónde? Pues a que hagas tu primer sacrificio humano y puedas entrar en la “Orden de los Lucínidas”. Que no, que es broma. Te hemos encomendado un trabajito del que te contaré por el camino, que si llegamos más tarde aún el jefe se va a mosquear. Curioso eso de mosquearse cuando eres una mosca, pero… —dijo mientras que empezábamos a caminar.

Después de andar durante quince minutos con el gato parlanchín, dicho esto con todos los respetos, a mi lado, llegamos a la puerta de una pastelería. La misma tenía la pinta de llevar cerrada desde hacía varios años, por la capa de mugre que cubría sus cristales y por los listones de madera que bloqueaban su puerta.

El gato, que durante el camino supe se llamaba Estou, curioso parecido con Matou por cierto, metió por una pequeña rendija de la puerta una carta de baraja española, lo recuerdo bien porque era el dos bastos. Inmediatamente, justo después de ronronear junto a mi pierna, me dio un tirón para que le siguiera. Rodeamos el edificio y entramos por una puerta que se abría mientras que llegábamos e iluminaba la calle con una luz mortecina.

Al entrar, lo primero que me llamó la atención fue el suelo ajedrezado con plaquetas negras y blancas, pero eso sólo duró una fracción de segundo. La noche, que ya se atisbaba rara, acrecentó su grado de locura cuando vi, sobre una mesa de artesano pastelero, un pequeño trono que no debería medir más de 10 centímetros de alto. Aposentado en él había una mosca, que no paraba de gritar a un micrófono que debía permanecer apagado, porque no se veía indicio de que le llegara corriente, principalmente porque se veía de manera clara que se había desenchufado de la toma de la pared.

Con estas, y aún atónito, di un trago de agua del botijo que me alcanzaba en ese momento Estou. Costó bajarlo, porque el agua tenía algo de sabor, era mejor no saber cuánto tiempo llevaría en el botijo, pero tras el segundo trago, no se notaba tanto. Al tercero, no se apreciaba ya ningún resto de sabor, y al cuarto… al cuarto caí redondo al suelo.

Desperté sin conciencia de cuánto tiempo había pasado, pero en un estado de relajación en el que no había estado nunca. Decir que tenía la sensación de estar flotando no sería justo, ya que un globo cargado de helio flota; yo estaba completamente inmovilizado aunque sin atadura alguna, permanecía pegado en una mesa con una fuerza invisible y poderosa, pero mi mente volaba mucho más arriba.

Cuando digo que estaba pegado a una mesa no es ninguna metáfora. No podía mover las piernas. Para los que estéis pensando en que me podría desatar las zapatillas, desvestirme y liberarme, sólo tengo que decir que estaba descalzo, de hecho no vestía ninguna prenda. Aun así no estaba nada preocupado. Como decía antes, mi mente estaba en otro sitio.

¿Y qué sitio era ese?

Realmente no sabría qué decir del sitio en el que estaba, los recuerdos vienen cuando menos lo busco o me lo espero, y se van en cuanto intento escarbar en ellos. Sólo puedo decir dos cosas que recuerdo claramente: que había una gran luz entre rojiza y amarillenta al fondo, que podría asemejarse a un amanecer, y que podía escuchar el murmullo de las olas chocando en la orilla. Pensándolo bien, eso era bastante extraño puesto que me hallaba a no menos de 300 kilómetros del mar más cercano.

Cuando desperté de esa especie de trance en el que estaba sumido, me encontré tumbado, y desnudo como dije antes, encima de la gran mesa donde anteriormente había visto a la mosca gritona, o cojonera como también se la podría denominar.

Estou estaba jugando a mi lado con un ovillo de lana y la mosca estaba revoloteando sobre un poco de líquido de aspecto pringoso que se esparcía sobre el suelo ajedrezado, específicamente sobre una de las baldosas blancas.

Carraspeé unos segundos después de abrir los ojos y con ello pusieron toda su atención en mí.

La mosca se acercó y después de dar unos vuelos rasantes frente a mi cara decidió posarse sobre mi nariz. Estou por su parte guardó el ovillo de lana en un pequeño cajón de madera que parecía destinado a tal efecto por tener varios ovillos más de diversos colores guardados en él y se acercó a mí con semblante meditabundo.

—¿Cómo te encuentras amigo? —dijo Estou.

—Bueno, teniendo en cuenta que un gato me está hablando, que me encuentro desnudo y tumbado encima de una mesa de pastelero y que la cabeza aún me da vueltas, no me encuentro mal del todo, la verdad.

—No te preocupes, ya pasará, es todo efecto del líquido que has ingerido. Ahora es el momento en el que te vamos a explicar tu misión, vas a aceptarla sin poner pegas y vas a hacer todo lo posible por finalizarla satisfactoriamente.

—Vale —dije automáticamente sin pararme a pensar ni una décima de segundo.

—Ahora, en cuanto te levantes —dijo la mosca que se había acercado a mi oreja—, vas a comerte un par de esas galletas que hay en aquella repisa. Después vas a salir de la tienda y te vas a acercar a la Calle Hortensia y te vas a apostar en la puerta hasta que alguien te recoja. Cuando llegues ahí, sabrás lo que tienes que hacer. Te hemos introducido el resto de detalles de la misión por vía telepática. No tenemos demasiado tiempo.

En ese momento pude moverme, y como si fuera manejado por hilos invisibles, me acerqué a la repisa donde aguardaban las galletas. Cogí la primera y le di un tiento, no estaba dura y tenía un ligero toque a canela y chocolate, estaba bastante rica de hecho. La terminé y cogí otra, y otra, y otra. Ya no quedaban más.

Cuando trague el último pedazo, todo el cuerpo me empezó a temblar. Por la mente se me pasó la imagen de cierta película ochentera… “Teen Wolf”.

Lo que pasó a continuación, si habéis visto dicha película, es fácil de explicar. Hay algunas diferencias claro, esto no era Hollywood, sino la vida real.

Me empezó a salir pelo de todas partes, mi forma empezó a cambiar, mis instintos se vieron alterados. Al final del proceso no era un hombre-lobo ni un lobo-hombre, tampoco estaba en un pueblo de EEUU ni en París.

Era un perro, un pastor vasco para más señas. Algo más grande de lo habitual puesto que medía unos 80 cm y pesaba casi 45 kilos. De pelaje claro, orejas gachas y mirada inquisitiva.

Y pese a todo, no me sentía extraño sino todo lo contrario. Estaba a gusto con esa forma, que por otra parte tenía algunas ventajas… Estou no se me acercaba como antes, lo cual era un alivio, puesto que no sabía si podría aguantar las ganas de lanzarle una dentellada si se me aproximaba demasiado.

Conforme a las instrucciones antes relatadas, salí y me acerqué a la dirección que me habían dado, y allí aguanté durante el resto de la noche en el escalón de un portal, aguardando a que vinieran a recogerme.

Cuando los primeros rayos de luz bañaban la calle, el portal se abrió y por el salió un elegante, aunque pequeño, perro de agua. Detrás y sosteniendo la cuerda iba un humano que se me acercó a rascarme tras las orejas en cuanto me vio.

El perro de agua, bastante territorial, empezó a ladrarme inmediatamente; sobre todo al ver que yo aceptaba de buen grado las caricias de su amo. El pequeño tirón de la cuerda que hizo su amo no hizo más que enervarlo y trató de lanzarme un mordisco de aviso.

Yo, que pesaba el doble y era más grande, ni me inmuté; seguía disfrutando de las atenciones de su amo. Al segundo aviso del perro de agua gruñí ligeramente y dejé que las babas me salieran por la comisura de los labios. La verdad es que no tuvo el efecto que esperaba, solo era perro desde hacía unas horas y aún no manejaba perfectamente ese cuerpo.

Cuando perro y amo empezaron a andar, yo les seguí. Era mi misión. Tenía que acabar con Tobías Matëschiz, alias Toby.

Les seguí, como he dicho, pero en ese momento algo cambió, mi mundo se expandió de una manera que no había sentido nunca hasta el momento. Fui consciente de millones de matices nuevos en olores que ya como humano había sentido.

Tuve la irrefrenable urgencia de cumplir con mis necesidades fisiológicas, y no de una vez; fui de árbol en árbol dejando mi impronta. Cuando hube acabado observé mi obra, no con los ojos sino con el olfato; olía a mí en todo el parque. Me dejé llevar por los pequeños placeres perrunos por un segundo, lo suficiente para olvidarme de todo y que Toby se me acercara por la espalda y me lanzara otro mordisco.

Me hirió, no mucho, pero algo hizo. Al principio me revolví intentando morderle, supongo que fue el instinto, pero en cuanto vi que su amo se acercaba regañándole supe que tenía una oportunidad.

De ahí fuimos a su casa donde me acogió e intentó curarme los arañazos. Yo ya tenía un plan. Al primer descuido le mordería en el cuello y me las ingeniaría para escapar. La mente de un perro no vale para elaborar planes más complicados.

No voy a entrar en muchos detalles sobre este episodio, algunos habéis podido ver cómo acabó el asunto. La prensa es como un ave carroñera que se alimenta difundiendo noticias, y no me apetece especialmente recordar esos minutos. Os resumiré el final: Toby eliminado y pequeños destrozos en la casa, lo estrictamente necesario para poder huir.

Salí por la puerta que daba al patio y desde allí llegué a un pasillo que daba a la calle. Luego corrí como si no hubiera mañana hasta llegar a la pastelería donde había ocurrido todo.

El problema fue que por el camino se acabó el efecto de las galletas, con lo que me fui transformando en humano casi sin darme cuenta, teniendo algunos contratiempos en la calle; una señora me dio un bolsazo en las costillas que aún hoy me duelen.

Al fin logré llegar a la pastelería, golpeé la puerta trasera pero nadie abría, y allí estaba yo. Desnudo en un callejón aporreando una puerta desvencijada.

Y pasó lo que tenía que pasar.

A los diez minutos apareció una patrulla de policía que me llevó detenido a comisaría por alteración del orden público. Me dieron algo de ropa para tapar mis vergüenzas y me hicieron un rápido estudio psicológico donde les conté todo lo que os estoy contando ahora a vosotros.

El dictamen fue escueto, estaba loco de remate.

De ahí, al psiquiátrico. Me trajeron aquí, donde llevo casi dos semanas.

Por suerte Estou viene a visitarme todas las noches.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *