Allá por los albores del siglo veintiuno,
cuando por la humanidad no se daba un duro,
el planeta nos estaba dando muy muy duro
por haber estado pateándolo como un burro.
Tan fuerte fue el golpe dado por el planeta,
que mandando un pequeño virus por ciudadela,
asoló e infectó de cada cien una treintena
y creyó salir vencedor de tan siniestra verbena.
Demasiados cayeron en cruenta batalla,
otros sufrieron agravios físicos por semanas
y los menos mantuvieron compostura sana.
Pero todos lucharon al límite de sus fuerzas
buscando soluciones, cada uno con sus entendederas,
para poder eliminar del planeta amenazas veras.
¿Que quién fue el descubridor de la solución,
es lo que os estaréis preguntando con fruición?
Intentaré despejar en este texto sin dilación
al creador de tan bellaca redención.
No habría aún seis mil millones de humanos
cuando al mundo llegó este ciudadano
que entre cables y bits creció rodeado
mientras el mundo igual se iba moldeando.
De las artes oscuras de las red y los teclados
aprendió por su cuenta, o a veces ayudado,
no contemplando nunca un futuro airado.
Decidió labrarse un digital futuro
y también contempló ver nacer fruto
en lo analógico pese a su desuso.
Por lo tanto nuestro héroe, sin nombre conocido,
de aquella época fue un extraño híbrido
entre las nuevas y antiguas tecnologías crecido
para poder sobrevivir a un futuro mal creído.
Otros había que atesoraban tales virtudes,
pero muchos sin intentarlo acabaron en ataúdes
o justo cuando los llamaban a triunfar los laúdes
habían dado escusas pobres y cutres.
Nuestro anónimo, de batallas compañero,
nunca rehusó permanecer en la linea el primero,
siendo siempre inasequible al desaliento.
Llevando además por distinción la ferocidad
como símbolo de los de su misma patria
hasta erradicar al mal del mundo su último día.
Y con esto ya os he contado como acabó todo
aunque aún no sabéis los polvos de aquel lodo
que comenzaron cuando un día no hubo modo
de frenar a un planeta recién creído bobo.
Pues un día murieron mil del mismo mal
y al día siguiente diez mil se sintieron fatal
y muchos creían que era circunstancia especial
y que solo los tocaría de forma tangencial.
Pero algunas cabezas pensantes vieron un patrón
y sintieron cierto terror, incluso pavor,
al ver que no se intentaba frenar a tal matón.
Y aún sin conocer el rostro del enemigo
intentaron buscar solución, no solo ser testigo
para la última gran catástrofe del mundo conocido.